martes, 26 de agosto de 2008

La identidad y los animales disecados


Hablaba hace un rato con unos amigos de que es lo que hace a una ciudad. Comentabamos si nos gusta la ciudad en la que vivimos, y por qué. ¿Que le puede dar un caracter unitario a algo formado por miles de pequeñas partes individuales, cada una con sus gustos, sus manías, sus miedos..?


Mientras camino por el centro, veo la catedral. Los turistas la fotografían, en ángulos contrapicados imposibles. Uno podría pensar que lo que queda del pasado es la identidad. Lo inmanente, estacionario.
Otros puntos de vista pueden ver la catedral como una excavación arqueológica a nivel de suelo, alrededor de la cual ha nacido, como si fuese moho sobre piedra húmeda, la ciudad actual; porque lo contemporáneo es lo importante. Los negocios, como la tienda de souvenirs, el supermercado, o la discoteca, cambian de nombre o de uso cíclicamente. Edificios se demuelen para actualizar el lenguaje, la trama de la ciudad. La gente muere, las generaciones pasan con rasgos que se heredan de padres a hijos, la arquitectura también muere y se renueva en ciclos algo mas largos que el de una vida, sin embargo, la ciudad generalmente mantiene un carácter propio, sin que haya nadie para pasar el testigo a lo largo del tiempo. Y eso, es algo que no deja de ser, cuanto menos, alucinante.

Siempre he pensado que si el alma de una ciudad tiene una ubicación física, posiblemente sería la plaza. 
Hay numerosos ejemplos de ciudades, que venden su identidad como una foto de postal, de épocas mejores, como un animal disecado en exposición, no como el ente vivo que debiera ser.

En torno a la masa urbana, la alta densidad, surge un espacio abierto, la carencia de arquitectura, para ser habitada por todos. Desde el mercado medieval a los turistas que hoy se sientan al sol, la plaza es el espacio de relación con la gente, y las relaciones entre la gente, son las que hacen ciudad. 

Estas son el tipo de cosas que me pasan por la cabeza sentado en un banco de la plaza de Santa Fé, en Eutropia.
Garabateo ideas sueltas en una libreta vieja. Como dije el otro día, llevo poco tiempo aquí, y todo me huele a nuevo, así que siempre llevo material de escritura en el bolsillo, por si las moscas.
Pasa una mujer mayor con un carro cargado de pescado, voceando lo económico de su mercancía, y dejando tras de si, además de un fuerte olor, una procesión de gatos callejeros lamiéndose los bigotes. 
Hoy no hay mercado, pero ella pasa por aquí de vez en cuando. Un coche para en doble fila, y su conductor le compra unas sardinas sacadas de un cubo de plástico. 
Mientras termino de escribir estas palabras, una paloma de la envergadura de un boeing, defeca en mi libreta, acertando también en mi hombro.

Si esto no es ciudad, que baje Dios y lo vea.
Me voy a casa a cambiarme de camisa.

Un abrazo
M.


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