domingo, 24 de agosto de 2008

De lazos, vínculos, y cadenas

Nunca se me dieron excepcionalmente bien las relaciones con la gente. Quizá por ello me sorprende la leve y etérea conexión que tenemos los unos con los otros. 

Una maraña de hilos que nos relacionan con los demás, hilos que van cambiando de grosor, de intensidad.
Amistades que se dejan de lado, se pierde el contacto, el hilo se hace viejo, se pudre, y termina por ceder.
Amistades que se intensifican, el hilo se trenza, se hace mas grueso, mas resistente.

Supongo que te puedes considerar realmente unido a alguien cuando tu vínculo es tan fuerte, que sabes que nunca va a desaparecer. Puedes pasar un año ausente, y volver a esa persona, y todo sigue como antes. 

Ya he dicho anteriormente que nunca se me han dado muy bien esas relaciones. Me olvido de los cumpleaños, me cambio de ciudad, y dejo atrás los recuerdos, como quien abandona una casa en un momento puntual, dejándola como en una fotografía, con la mesa del comedor puesta. 

A menudo decepciono a la gente a la que me unen esos proverbiales hilos. Supongo que es porque no entienden mi forma de ser, o yo no haya sabido explicarla. Quizá haya sido un poco frío, y no les haya demostrado lo suficiente que si el hilo que nos mantiene juntos se empezase a destrenzar, como cuando alguien cae de un acantilado en las películas, a mí me costaría muchísimo seguir adelante. Al fin y al cabo, esa madeja, es todo lo que tengo por lo que vale la pena luchar.

Los vecinos de Eutropia tienen sus contraventanas cerradas. Hace mucho calor y no hay un alma en la calle. Camino por la calle que lleva a la plaza. El camarero del bar seca un vaso con un paño mientras mira la televisión, no hay mucha clientela. Dos viejos juegan a cartas y ríen con sonrisas melladas bajo un soportal, apuestan con garbanzos secos, un chiquillo, aparentemente nieto de uno de ellos, esta sentado en la misma mesa sin prestar mucha atención al juego. Lanza garbanzos a los gatos vagabundos, sin malicia, sin demasiadas ganas.
 
En mi camino cruzo con una destartalada camioneta de reparto, el conductor me saluda con la mano, agitándose con el bamboleo que la calle de adoquines produce sobre el vehículo, y dejando una densa estela de humo negro. Una vez que la camioneta se aleja, no se escucha nada, solo esa sinfonía de las chicharras del parque vecino, que me hace recordar lo solo que estoy en esta ciudad.


Cuidaos, a vosotros, y a vuestros hilos, algún día os podéis dar cuenta de que es demasiado tarde.
Un abrazo
M.

1 comentarios:

. dijo...

t voy a cuidar mucho madejita mia ^^